miércoles, 25 de febrero de 2015

Lluvia

La melancolía de la tarde
hace su tarea infinita
la brisa anticipa la lluvia
el sol se va como rápido
se va sin saludar
y el viento llega y se estanca
mis ojos fijos en el árbol
lo veo mover su copa, fuerte

Observo a mí alrededor
la naturaleza muta
preparo el romero
dejo que los perros laman
mi cara, cuello, manos
mi boca
así es que me quieren

Oscurece
cerré los ojos
los abrí
y era la noche
dejé de leer, ya no veía
me pregunté mil cosas
discutí conmigo
la tristeza, la soledad

El ventarrón enloqueció
subí a mi altillo
y desde la cama
con los ojos
en mi ventana
esperé
la lluvia


(Ahora pienso
¿Por qué no
la esperé
afuera?


Yo siempre fui
una cobarde)



(encontrado en una libreta del 2010)

Plástico cruel

Te levantás por las mañanas como si todas las noches ejecutaran un solo de tambor cerca de tu almohada. Prefieres despertarte sola, pero sigues necesitando acostarte acompañada.

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–¿Todavía se hacen esas boludeces como casarse, ponerse anillos, ir a la iglesia y tirar arroz? 
–Sí, Axel, y son ceremonias conmovedoras, lo que nunca supe es por qué a los novios les tiran arroz.
–Es obvio. Porque los tomates manchan.

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sólo se recibe amor 
no se aceptan copias 
por perfectas que parezcan 
falsificadores abstenerse

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No volveré a creer en el amor. Quizá exista el amor, pero no para mí. Soy un monstruo. No soy un monstruo. Esta noche pasará.

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 ¿Hay algo más triste que un consuelo?

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Cuando quiero amor
me ofrecen sexo
y cuando quiero sexo
insisten con eso del amor

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El metal de tus palabras atravesó con su filo el cuello de un ñandú. El ñandú en pleno salto. El metal entrando en el cuerpo caliente. Se partió su vida en el aire. Y sólo quedó en la tierra un nudo de patas muertas.

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Fusilaste con una ráfaga las palomas que dormían en la cornisa de mis pulmones.

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Los placeres profundos son caóticos y destructivos.

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Conocí el golpe incesante de tu recuerdo contra la escollera de mis huesos. Y supe que el adiós es cortante como la aleta de un tiburón en la superficie del silencio.

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Tu voz ametralló a un niño que corría a mostrarles a sus padres el dibujo de un jardín con cerdos.

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José Sbarra

jueves, 19 de febrero de 2015

Limbereando

Aún se oye el sonido de algunos pájaros. Incluso se ve algún que otro rayo de sol. Todavía entra viento de verano por las hendijas de mi ventana. ¡Es tan tarde, oh mi Dios!
No puedo escuchar tu disco; ese de hardcore que dejaste en mi mesita de luz. No me gusta el hardcore. Perdón. No sabía cómo decirte que yo escucho a Duke Ellington y John Coltrane cuando me levanto. Nunca me va a gustar el hardcore, en serio. No insistas.
Estábamos en lo escuro, escondidos entre los árboles. En las afueras del club de bochas del Parque Rodó. Adentro sonaban bandas indi-noise que desde afuera podían oírse. Después del primer saque, hablamos de Freud, el diván y de volver más y más a lo ortodoxo.
-El esquizoanálisis es interesante, Guattari y la mar en coche. ¡Pero Freud! Freud era un oscuro, ¿me entendés? Llegó a cosas impensadas. Pensó lo que nadie pensó nunca.
-Sí, todo bien. Pero la sicología no se puede separar de la sociología. Popper dijo que Freud aseveraba cosas que no podían ser refutables. Él se refutaba a él mismo ¿entendés? No es ciencia, la sicología no es ciencia.
-Freud nunca quiso que sea ciencia, pendeja. De hecho, dijo que para él, no lo era.
-Ni idea lo que dijo. El tema con la sociología es que está infectada por las metodologías cuantitativas, las estadísticas y todas esas mierdas. Pero nadie sabe de lo bueno. Como Parsons, que estudió el universo. ¡El U ni ver so!
-Freud contemplaba lo social.
-No jodas, lo social del año del pedo. Tienen que fusionarse, no hay vuelta. No es nada una disciplina sin la otra. Al conocimiento nos lo han fraccionado para que no unamos nada con nada y que todo se vuelva tan abstracto como irreal. Es así.
-En eso tenés razón. Igual yo ahora estoy para el diván, qué querés que te diga.
-¿Y vos a quién podés analizar con esa cara? No sé, me pregunto. Te digo que tomo merca, que me gustan las minas y me querés garchar de una... Sos un enfermo.
-A vos te toco las tetas en el diván 
(risas)
-Aprovechen esta risa que es mi última de la noche - dijo ella, mientras se servía un saque con la tarjeta de estudiante.
Pero yo no la vi. Me la perdí. No aproveché porque estaba mirando más abajo: sus dedos y la tarjeta, la bolsa. Mirando cuánto se servía. Controlaba que no se le fuera la mano porque nosotros también queríamos tomar; (en la distribución hay que ponerse bolche, siempre lo digo).
Como lo anticipó, a partir de ese momento, no volvió a reír.

Y yo tampoco.

  

domingo, 15 de febrero de 2015

Basura electrónica

Ayer ordené mi casa. Y entre bolsa y bolsa, caja y caja, encontré mi celular viejo, destartalado. Recordé que lo seguía usando a pesar de no tener tapa, estar despintado y ser de los primeros con cámara. También recordé que dejé de usarlo sólo porque en mi cumpleaños, mis compañeras de trabajo me regalaron uno (sin cámara, pero nuevo) para que dejara de usar el destartalado porque les daba vergüenza ajena.

Ese que me regalaron, en mi viaje lo perdí. Así que cuando volví, lo primero que hice fue buscar al destartalado que sabía lo había guardado en algún lugar. No lo encontré. Desistí. Pasé un mes sin celular y no me importó. Pero un día sentí que necesitaba comunicarme virtualmente y conseguí uno usado, al cual tuve que ponerle un chip de una línea diferente a la que tenía antes.
Perdí todos mis contactos y me chupa un huevo.

Así que en la noche de ayer, entre bolsa y bolsa, y caja y caja, encontré mi viejo celular destartalado.
Lo puse a cargar.
Le metí un chip que encontré en el cajón.
Lo prendí.
Fui directo a archivos.
Vi que había diez videos guardados.
Me serví una copa de vino blanco helado.
Me recosté.
Los miré todos.

1. El primero fue el peor. Era de mi tía Chola, la que murió. Una vez escribí un post que decía que había llorado pensando en que jamás iba a volver a escuchar su voz.
No es cierto. La grabé. Tengo su voz. Tengo su voz cantando su canción preferida una tarde en que tomamos vermú en su casa.
No sabía la existencia de ese video. Lloré.

2. Un atardecer que parece bastante lindo en el cuadrado (la pista de patinaje del parque rodó). Se siente murmullo. Dura pocos segundos. No sé con quién estaba.

3. Sólo hay sonido. Es la voz del rulo, la reconozco. El rulo habla y yo río. Río a carcajadas, me ahogo de risa. Él imita la forma de hablar que tiene la gente que vive en Rivera ya que acababa de volver de allí, por haber ido a visitar a su madre.
Intenté hacer memoria y recordé que ese video lo filmé una noche de invierno cerca de la plaza Barroso, en un murito, sentada sobre su falda.
Dice algo así, como: “no es, no sé quim faló quel cara tocaba todos los instrumentos, mais esa vagacera, ¿qué vai tocar ese gurí? ¡Deiya quieto! Todo legal con el cara igual. Deiya quieto, deiya”.

4. El rulo tocando la guitarra y cantando en el apartamento de Av. Italia. No le filmo la cara, filmo una pared. Las noches que dormíamos juntos, nos levantábamos tardísimo si yo no trabajaba. A veces ni desayunábamos, que él ya agarraba la guitarra y tocaba una canción. Cuando cantaba “true love will find you in the end” de Daniel Jonhston, sentía que podía morirme así, escuchándolo. Pero nunca se lo dije.

En el video, la canción que canta dice así:

No hay sentimiento que fingir
que no puedo
que me muero
esas putas
sin cabeza

sólo hay mierda
mierda por venir
creíste que
todo poco importa

aunque sepas que no voy a estar
río bajo, fluye
el miedo al andar

que no puedo
que me muero
esas putas
sin cabeza

el amor y el trabajo enferman
son como cuervos conociéndose
sólo es el miedo que no puede

aunque sepas que no voy a estar
río bajo, fluye
el miedo al andar.


5.Sólo sonido. Se ve todo negro. Grabo la canción “Nico Cuevas” de los Buenos Muchachos, tocada por los Dos Daltons en un bar.

6.Filmo ramas de marihuana colgadas en un cuerda en el cuarto de mi ex. Son muchas, me acerco a los cogollos, me alejo. Imágenes sin sonido.

7.Dura pocos segundos. Es un video filmado por mi ex en Jujuy. Parece una equivocación de algo que quiso ser una foto. Estoy culo para arriba con una tanga negra, tendida en una cama. Mi culo parece perfecto y yo parezco estar dormida. Sé que lo filmó él y que es en Jujuy, porque el video se llama: “Culo Jujuy”.
Cuando el video terminó, sentí el paso del tiempo en todos los sentidos. Sentí tristeza.

8.Imagen y sonido. Estoy en la casa de mis padres. Filma mi hermana. Estoy depilándome las piernas con cera. De fondo suena Silvio Rodríguez. Ella filma porque voy a pegar el tirón y quiere un recuerdo de mi cara sufriendo.
Pego el tirón, parece que voy a gritar desgarradoramente pero no. En silencio hago una mueca, y a esa mueca, la uso como pie para fingir que estoy bailando. Mi hermana ríe y corta el video.

9. “Guada teta”, se llama el video. Tiene imagen y sonido. Es en la Médica Uruguaya, hace más de tres años. Recién había nacido mi ahijada y yo filmaba la primera vez que tomaba teta de su mamá.
María (la madre), dice que tiene hipo y lo dice al borde del llanto. Yo le digo que tranquila, que nadie se murió de hipo. Ella responde: "Guadalupe es muy chiquitita". No emito palabras, y en silencio, sigo filmando.

10. Es Guada de nuevo. Antes de tomar la teta. La filmo durmiendo y digo que se está despertando porque hace caras. Hablo como si la bebé fuera yo, digo: “se tá depetando eya bebé, pobeyita”.

jueves, 12 de febrero de 2015

La ventana rota

Cómo iba a explicarle. Si a veces lloraba sin sentido. Él nunca iba a entenderlo. Porque yo lloraba al mirar por la ventana del edificio si era de noche. Por ese olor que tienen las hojas secas de otoño, por la tibieza del verano o la humedad del invierno o la brisa de la primavera. Lloraba por la lluvia. Lloraba de nostalgia por lo que no existía. Y me imaginaba saltando como aquella vieja de enfrente que se suicidó. Quebrándome en el pavimento, sangrando la vereda. Las caras de horror, la mía deshecha. Él reía al contármelo. Porque la vieja cuando se estrelló contra el suelo, estaba maquillada y vestida como para ir a una fiesta. Yo lo escuchaba sin reír. No me causaba gracia. Y le hubiese dicho que quizás para ella, la muerte era una fiesta. Pero en cambio no dije nada. Me quedé callada. Porque él me hubiese mirado como si estuviese loca, como hacía siempre.

Entonces yo lagrimeaba por las cosas que no habían pasado. O algunas veces sí, y lloraba porque cuando era niña mi primo metía su mano por dentro de mi enterito y yo no decía nada porque a lo mejor pensaba que si lo contaba, mis padres iban a dejar de quererme; como dijo una vez mi sicólogo. Porque mi madre no me cuidó como debería y porque mi padre me pegaba sin razón. O quizás lloraba por los lugares de ausencia, por los dolores añejos, por lo que no sanó y todos mis secretos. Pero, ¿cómo iba a explicarle? Él nunca me entendería. Él ni siquiera lloraba. Y cuando digo llorar, no hablo de lágrimas. Hablo de eso que te da en el pecho aunque no lo hagas, de la sensación. Hablo del vacío, del hueco adentro, profundo. De cuando te pueblan todos tus fantasmas.

Eso siempre me pasaba después que cogíamos y yo no me dormía. No me podía dormir. Y empezaba a pensar cosas. Quedaba mirando el techo o sacaba la cabeza por la ventana con el torso desnudo aunque hiciese frío, aunque me vieran las tetas los de enfrente. Armaba un porro y disfrutaba de ver cada uno de los apartamentos e imaginar qué estarían haciendo los que allí vivían. Creía que capaz aquel pibe de allá, estaba pensando las mismas cosas que yo mientras su novia dormía. O a veces sólo me saboreaba de ver la ropa colgada, las luces prendidas, las sombras detrás de las cortinas. De ver a alguien cualquiera, fumar.

Me sentía sola pero me gustaba. Había algo en esa parte de mi sensibilidad, que me hacía sentir única, incomprendida. No era sensibilidad. No sé qué era. Pero me separaba del resto, me separaba de él. Y talvez eso no me molestaba tanto. Aunque a veces sí y me parecía que estaba durmiendo con un insulso, un enemigo. Y en mi apocalipsis, iba a morir sola con ideas, de fantasías que nadie tiene.

Claro que había momentos de pasión y no pensábamos. No sentíamos. Éramos sólo instinto y garchábamos de parados en el pasillo o en las escaleras deseando que alguien nos viera. O como la vez que de golpe me puso un revólver en la sien, diciéndome: “q u i e t i t a”, con cara de enfermo. Yo quedé inmóvil, temblando sólo mis piernas. Hasta que riendo dijo: “es de mentira”, y bajó el arma. Pero mi sangre ya corría sin parar. No me salían palabras. Tampoco me enojé. Sentí adrenalina. Me excité y lo besé desesperada. Garchamos violentos, como nunca. Yo sé que eso jamás lo hubiese hecho con un arma real, pero capaz, en alguna parte de él, lo deseaba. Y eso me gustaba. Me gustaba que no fuera previsible y que algo dentro de él, pudiera matarme.

Esa época nos deleitaba por todo ser nuevo. Mi cuerpo, su piel suave. Todos los olores. Y nos esperábamos para eso, para desnudarnos apenas nos viéramos. Para que encontrarnos sea igual a orgasmos, a fumar porro, a hablar de salvar al mundo, reírnos y que yo después, mirara por la ventana sin que él lo supiera. Para que él me refregara la cara contra las pancartas anarquistas pegadas en las paredes de su cuarto cuando me apretaba de espaldas, cinchándome el pelo. Y arquearme hacia atrás para que llegara a mis nalgas y sentir los mechones, entre los dos, mojados de sudor. Sentir suaves cosquillas de los pelos finos sobre la parte baja de mi espalda y él, en su vientre.

Pero un día la vida real se metió entre todo. Entre los huesos. Y entonces la melancolía eran cuentas que pagar, eran trabajos, nafta. Eran exámenes, un alquiler, la cuenta del gas. Y necesitábamos más espacio, intimidad. Necesitábamos otras cosas que no sabíamos bien qué eran pero que no eran esas que sí teníamos. Empezaron los gritos, los cachetazos, las manos largas. El llanto que sí tiene ruido y lágrimas y rabia. Los portazos, los no te aguanto más y los me tenés podrido.

En ese tiempo, mirar por la ventana después del caos, me servía para escapar. Me metía en la vida de otros, en sus historias y soñaba con lo que se pudieran decir aquellas personas de las que sólo conocía sus sombras. Y cada tanto miraba el rostro de él dormido y no sabía quién era. Como si esa cara que me había cansado de ver, ya no la reconociera, como si fuese distinta. Y lo miraba fijo, asustada.

Hasta que una noche de esas, no aguanté más y me tiré. Salté. Estrellé mi cara contra el pavimento y sangré la vereda. Me despedacé vestida para una fiesta, maquillada. Salté y le dije que no volvería, nunca más.

Para ese entonces, todo había cambiado para mí y andaba con una mochila de camping. Vestida con el uniforme negro y mis lentes rojos de sol, escuchando música por 18 de julio sin saber a dónde ir. En las frases siempre aparecía de soslayo un loquita y yo bajaba cada vez más de peso. Durmiendo cada noche en una cama distinta con alguien diferente. Con libertades vagas y horarios exactos. En mi mochila: una muda de ropa, una toalla, la jobonera, una vianda, cereales, mi disco de los Smiths… mi diario.

Había noches de bañera, de camas anchas o de colchones en el suelo, de baños helados y duchas de baja presión. De discos que sonaban la noche entera. Había de todo. Había moñitas sin salsa, lentejas solas, arroz pasado. Había cerveza sin comida, había alimentarse a cebada varias cenas. Había músicos, boxeadores, clowns. Y algunas veces, hasta había bombones debajo de la almohada, de esos que tienen una cereza y licor adentro. Y yo los saboreaba de camino al trabajo, pensando que después de todo, nada era tan triste.

Había la noche y esas madrugadas que tiñen azulinos los contornos de las cosas. Había el bullicio cuando parece estar dormido. Las calles vacías, los perros ladrando a lo lejos. Edificios grises, casas viejas. Hombres durmiendo que no entenderían. Había recuerdos.


Y siempre pero siempre, había una ventana para llorar.

viernes, 6 de febrero de 2015

No existe

"El SIDA no existe, es un invento de la KGB", dice siempre un desprolijo amigo.

Y yo le creo.

martes, 3 de febrero de 2015

Medio limón y sus mosquitas chiquititas

Una amiga, en el barrio maroñas, me muestra la aplicación que bajó desde su celular. Es una balanza súper sensible que le sirve para pesar el producto que vende.
"Das vuelta el celular y pesa en miligramos", dice y me muestra cómo de 10 gramos arma 13 paquetitos.
Quedo asombrada.

Otra amiga, en el barrio carrasco, me muestra la aplicación que bajó desde su celular. Es un programa que le sirve para modificar fotos de infinitas maneras.
"Dale que te saco", dice, "ahora mirá", y me muestra cómo termino hecha un esbozo.
Quedo asombrada.

A lo mejor me asombro con facilidad.
Vaya uno a saber...