lunes, 24 de febrero de 2014

Infrarrealismo

Yo nací para perder

Yo nací para ser tratado como un perro
sabía que perdería todas las batallas
que no tendría éxito jamás
que no tendría paz en el corazón
que no tendría la razón nunca.
Nací para escribir sobre el suicidio
nací para ser cobarde
en el preciso momento del suicidio.
Siempre supe que al final
saltaré de entre las torres
de aquella vieja iglesia.
Todos los días me levanto
repitiendo el mismo día.
En las noches me desdoblo
para sentir que estás conmigo
tú te repites
en todas las paredes
en todas las partes
adonde voltean mis ojos.


Edgar Altamirano

miércoles, 19 de febrero de 2014

Parque Rodó



Transito como un turista en mi ciudad. Me siento ajena. 

Recorro viejos rincones pero con ojos nuevos. 

Y ya no veo caras, veo espaldas. 
























Veo la soledad en la compañía, 

veo el mundo en la contemplación de un niño. 

Un sueño contenido en una una burbuja.









El juego inocente y la magia me son revelados 

pero ya no importa porque mi atención está en la mirada 

de los que observan, está en el brillo de sus ojos, en 

la sorpresa.





Entiendo nada igual a antes, 

la gente se busca, tapa su rostro y mira hacia dentro. 



Ésto no es malo, sólo que no lo sabía.

La soledad carga culpas que no debe, pobre, siempre tan mal vista. 




Hemos sido duros con ella. Siempre. 

A lo lejos alguien canta, alguien llora, alguien espera.





La ciudad enlentece, se sumerge en un silencio ingenuo casi sin notarlo. 





Entristece, se queda cada vez más sola. 























Pero no por eso entristece 

sino porque se lo permite, 

porque sí, 

cada tanto.



martes, 18 de febrero de 2014

Están

Están los que arrastran todavía los trapos de la noche y no saben qué hacer con esa boca que escupe luz sobre todo lo gris, que se abre paso entre los muñones de los edificios. Están los que recién abren los ojos, y emergen como zombies domesticados al fluir sucio de las venas de la ciudad, a la procesión de hormigas metálicas que defecan humo y los maniquíes que andan como manadas sin orden, acudiendo al matadero de un lunes eterno y pesado.
Están los que siguen buscando cobijo en el útero de la mente, en el cigarro que se diluye como tiempo, en la brasa pálida entre piernas pagadas, en la sombra que avanza por la pared vieja, esa sombra que se llama soledad y que viene sin que nadie la extrañe.
Están las últimas putas que ofrecen los restos de su humedad y su carne manoseada. Su utilería de cartón pintado causa lástima ante el amanecer que todo lo ensucia con su luz ciega e insistente. La pintura corrida, las piernas varicosas, la peluca como de paja, la ropa demasiado chillona y el perfume demasiado dulzón para un lunes de mañana.
Están los que piensan que son parte de una maquinaria perfecta y que el Dios más puro está en una pantalla, o metido en el alma de los objetos que predican como totems los pastores de la nada a pura cuota.
Está el viento que araña los rostros sin rostro y se mete entre las grietas invisibles y hace temblar las cosas desde adentro. Está este olor a flores que se pudren bajo las botas del pavimento, están los edificios viejos transcurriendo su muerte sin final, habitados por voces que nadie puede oír.
Están los vendedores de orgasmos simulados, de flores sintéticas, de alas de plástico, de caretas luminosas y de dioses con fecha de vencimiento. Están los que no saben que van a morirse y viven como si fueran marionetas movidas por un imbécil.
Están los que compran recuerdos prefabricados y se mienten ante un espejo virtual, y maquillan el alma para sentirse humanos, y exorcizan el bosque de sus sueños con mantras inventados por asesores de marketing.
Están los que corren gustosos hacia esa boca que les traga la mente y el dinero, para comprar lobotomías pixeladas.
Están los asesinos de los niños que fuimos, que cambian caramelos por corbatas. Están aquellos que buscan su sombra en las paredes, para saber que están y para tener una mortaja que los proteja del frío del último reloj. Están los que buscan un dios que les coma las venas desde adentro, que los escupa y que los mate, pero que no los deje solos. Están los que están sin saber porqué están.
Están los que buscan la caricia del veneno, la tibieza del herrumbre, el acunar de la cornisa y el abrazo de un vientre de baldosas allá abajo.
Están mis manos, que a veces no saben no morirse, a menos que encuentren tu espalda en la noche. Están mis ojos, que no saben nacerse sino encuentran la cueva de tus ojos, para dormirse sin miedo a las fauces del silencio.
Estamos nosotros, que nos comemos nuestras risas como si fueran frutas dulces, que nos dejamos chorrear besos por los labios, que nos llenamos el vientre de gaviotas y tenemos entre los cuerpos esta rosa oscura que palpita, oscura y agrietada, pero nuestra.

C. A.

lunes, 17 de febrero de 2014

Old school

Cuando era niña, mis primeros dos años de enseñanza formal los hice en una escuela de esas que llaman de contexto crítico donde mi madre era maestra. La escuela estaba rodeada de asentamientos y casas humildes. Calles de tierra sin saneamiento.

Ella siempre trabajó en escuelas públicas. Detestaba los colegios y lo justificaba afirmando que los alumnos no solían ser buenas personas, y que en general, a las maestras las trataban como a empleadas. No voy a emitir opinión.

Fui a esa escuela por un tema de practicidad. Íbamos en bicicleta, a pesar de no quedar cerca de nuestra casa. En el primer año mi madre me llevaba en una tablita muy cómoda pero en el segundo, yo ya tenía bicicleta propia, una Graciela azul de varón. A veces pasaba que a la de ella, algún alumno le pinchaba la rueda y nos teníamos que volver caminando. Un fastidio. 
No tengo muchas reminiscencias de esos tiempos. Supongo es fruto de que en esa época sufrí bastante -pero por cosas que nada tenían que ver con la escuela- lo bastante como para borrar buenos recuerdos en el intento de apagar memorias tristes.

Sin embargo, hay cosas que no olvido. No olvido aquellas botellitas de Tabasco rojo con las que jugábamos en el recreo. Picaban la lengua. Ni los cuadraditos de manteca de maní que eran tan ricos y jamás volví a comer. En el comedor los regalaban. Eran cosas que habían mandado de EE.UU. Una suerte de sobras de lo que enviaban a los soldados en la Guerra del Golfo.
Ser hija de maestra fue algo que siempre odié. La acusación más común de tus compañeros era: “tu madre te hace los deberes” o “tenés sobresaliente porque sos la hija de la maestra”. Pero lo que más me molestaba era cuando, en vez de llamarme por mi nombre, me llamaban: “la hija de la maestra”. Qué rabia.
También recuerdo que solía enamorarme de los rebeldes; los repetidores, tez café con leche, empeines de gato en la cara, cicatrices por doquier, piojosos, túnica sucia sin moña, manos negras, peleadores natos, revoltosos. Esos a los que solían encasillar como a los peores de la clase, esos, eran mi perdición. Su maldad me inspiraba inmensa ternura.

El tercer año me cambié para una escuela que quedaba en el barrio Piria pero mi madre siguió en la misma. Me convertí en la nueva. Eso tiene cosas buenas y cosas malas. Aunque para mí, lo importante era que había dejado de ser la hija de la maestra. Ahora los méritos eran sólo míos y me encantaba. Y hacía lo que quería, no andaba mi madre la maestra merodeando en los recreos. Era libre.

La mayoría vivía en el barrio, yo vivía algo más lejos y tomaba dos ómnibus porque uno directo no existía (ni existe al día de hoy). Tercer y cuarto año, me llevó y trajo mi abuelo. Él no pagaba boleto por haber trabajado en Cutsa y les hacía el favor a mis padres. Viejo gallego borracho, siempre se equivocaba y me llamaba por el nombre de mi madre. Eso daba lugar a burlas por parte de mis compañeros. Pero yo también reía.

Tengo claritos los momentos en la parada de ómnibus. Un volcán lúdico: todos juntos gritando, peleando, riendo, colgándose de todo, corriendo, atropellándose para tomar el 151 y viajar tres cuadras.

Y después… nada. Todo enmudecía de repente.


Hoy encuentro mis diarios, por eso escribo.

27 de mayo de 1996
El oso me pidio arreglo estoy en 3ºA conteste no.

31 de mayo 1996
Me gusta Nelson y Gonzalo

17 de junio 1996
No me gusta mas gonzalo porque esta enamorado de daiana machado me vuelve loca Nelson.

24 de octubre de 1996
Querido diario hoy llobio y vino la maestra suplente Mirta. Yo lleve paraguas. Yo dije que hacia equilibrio con el paraguas y Nelson dijo que tambien y se lo preste a el paraguas pero despues no y epezamos a sinchar el paraguas. Daiana Machado dijo los que se pelean se aman y no sinchamos mas.

domingo, 2 de febrero de 2014

Gnossienne Nº1

Hay que mirar hacia arriba, hay que mirar todas esas cosas que hay en el cielo. Buscar la manera, encerrar el sentido. Es tiempo de arrancar los disfraces: rasguñar trajes y desmenuzar pelucas.

Erik Satie no deja de sonar, la pista se repite una y otra vez. Es un cuchillo que se clava y va escarbando con paciencia. La música me está doliendo, la música nos está doliendo. ¿Se puede compartir el dolor? Ahora mismo lo estamos haciendo, estamos compartiendo una sábana, una temperatura.

¿Piedra, papel o tijera? Por quién va a buscar el limón al piso de arriba para esta cerveza fría. Gana él.

Solo, en cama ajena, suena de fondo la noche en una ciudad gris. Suena de fondo el silbido de ella, y baja por las escaleras con el limón en la mano derecha. ¿Qué pensará mientras silba esa tonada? ¿Qué pienso yo mientras escribo ésto?

Veo bajar lento a las semillas en el vaso: se ven tan suaves, carnosas. Betto nos mira, ¿qué estará sintiendo? Pensar que meses atrás estaba solo, abandonado, sucio. Lo salvé mientras todos simulaban no verlo, desmayado en una volqueta. Soy madre sin ser madre. Es un cacho de alma que regalo. Yo hago esas cosas, no sé por qué.  Ahora se va a vivir a otro país. Se va a un pueblito en una isla del mediterráneo.
¿Sabrá de su viaje? Va a cruzar el océano, va a volar por primera vez, conmigo. Esta vez no volaré solo, mi vuelta será acompañada por un espíritu inesperado. Es que me viene el avión y con él, mil cosas. Me vienen a la mente litros y litros de agua, kilómetros y kilómetros… las distancias.
Estamos locos, siempre lo supimos. Locos juntos es mejor que locos solos.

Voy yo, ¿y qué digo? Si las palabras parece que huyen de mis labios. 
Qué lindo es ver tus alas, son transparentes. Las mías, no.
El puñal se hunde cada vez más y ya no sabemos cómo salir ilesos. Salir ilesos es una mentira y lo sabíamos.

Te voy a extrañar cabrona. Voy a extrañar tu pelo aunque esté lleno de piojos, no importa. Tengo una fascinación por tu pelo, por su libertad. La libertad de tu pelo. Tus ojos grandes fijos, también los voy a extrañar. ¿Y qué más? ¿Qué vas a extrañar de mí? ¿Tu reflejo en mis ojos?


Y llueve, resuena la humedad en este balcón que dejaremos mañana. No sé mi dirección, sólo sé que no voy a estar acá: ni en este cuarto, ni en esta cama, ni tampoco en tus brazos.